sábado, 23 de septiembre de 2017

El Padre Pío de Pietrelcina y su Amor a la Virgen y al Rosario

El Padre Pío de Pietrelcina y su Amor a la Virgen y al Rosario


Desde muy pequeñito san Pío de Pietrelcina experimenta un amor muy grande por la Santísima Virgen María. Su primer peregrinaje siendo un niño de 8 años fue a la Virgen de Pompey, la Virgen del Rosario, cerca de Nápoles.

En su casa de Pietrelcina, como en todas las familias italianas de la época, el Rosario era la oración familiar. Se encontraban alrededor del fuego todas las noches antes de ir a dormir rezando el Rosario. Pero cuando la Virgen apareció en Fátima como la Virgen del Rosario y recomendó el Rosario como oración potente para obtener todo bien y alejar todo mal, Padre Pío hizo del Rosario su oración incesante e incansable de día a día. Decía: “¿si la Virgen Santa lo ha siempre calurosamente recomendado donde quiera que ha aparecido, no nos parece que deba ser por un motivo especial?”.

El Padre Pío consideraba a la Virgen Santísima especialmente como Madre, la Madre de Jesús y después la Madre nuestra espiritual. Son miles de veces que el Padre Pío llama a María con el dulce nombre «Madre» o «Madrecita».

Decía: “¡Cuántas veces he confiado a esta Madre las penosas ansias de mi corazón agitado y cuántas veces me ha consolado en mis grandes aflicciones. Al no tener ya madre en esta tierra de angustias, no puedo olvidar que tengo una muy amante y misericordiosa en el cielo. ¡Pobre Madrecita mía, cuánto me quiere! Lo he llegado a comprobar muchas veces, de manera bien elocuente, al despuntar este hermosísimo mes de mayo. Con qué cuidado me ha acompañado al Altar esta mañana. ¡Parecía que no tenía que pensar en otra cosa sino sólo en mí, a fin de llenar mi corazón de santos afectos!”.

El amor entrañable del Padre Pío a la Virgen se expresaba de modo particular por el rezo del Santo Rosario. Él siempre llevaba un Rosario enrollado en la mano o en el brazo, como si fuera un arma contra toda clase de enemigos. Lo rezaba de continuo. En una nota, dejó escrito: “Diariamente recitaré no menos de cinco Rosarios completos”.

Así aconsejaba a los Cristianos: “¡Amen a la Virgen y háganla amar! La Oración del Rosario es la Oración que hace triunfar de todo y a todos. Ella, María, nos lo ha enseñado así, lo mismo que Jesús nos enseñó el Padre Nuestro”.

Sus cohermanos llamaban al Padre Pío “el Rosario viviente”. Su Oración asidua lo hizo un “Hombre hecho Rosario” o como podría ser llamado el “Santo del Rosario”. “¿Hay oración más bella –decía él– que aquella que nos enseñó la Virgen misma? Recen siempre el Rosario”.

Una vez lo oyeron decir: “quisiera que los días tuvieran 48 horas para poder redoblar los Rosarios”. Todos los dones y prodigios para las almas los obtenía a través del Santo Rosario.

El Padre Pío vivió su vida del Altar al Confesionario. Siempre con el Rosario en la mano, unido al Corazón Inmaculado de María, quien lo formó imagen encarnada de la misericordia del Corazón Sagrado y Eucarístico de Jesús para con el siglo XX. Este siglo de tantos pecados y desafíos a los derechos de Dios como nuestro creador y de ataques horrendos a la dignidad del Hombre.

Un día le pidieron sus hijos espirituales les dejara su herencia espiritual. Padre Pío respondió inmediatamente sin pensar siquiera: “El Rosario”.

Con el Santo Rosario en la mano, pronunciando dulcemente los nombres de Jesús y María, el Padre Pío entregó su hermosa alma a Dios el 23 de Septiembre de 1968.


Una Bella Historia sobre su Amor al Rosario

Nos narra el P. Stefano Manelli, uno de sus hijos espirituales y gran conocedor de su espiritualidad, una historia de cuando aún era un seminarista capuchino: 

P. Pío oraba mucho aún fuera de las horas de oración comunitaria. Encontrarlo en el Coro (lugar donde rezan los religiosos en las iglesias),  o  en su cuarto haciendo oración, era  una cosa normal. Le gustaba mucho ya entonces la oración del Santo Rosario. En sus propósitos espirituales escribió de rezar cada día quince Rosarios.

Llegó a comprometerse en una competencia (maravilloso y santo deporte) con un compañero Fray Anastasio, a ver quién rezaba un mayor número de Rosarios. Una noche sintió un ruido y alguien que se movía en el cuarto cerca del suyo. Se despertó y pensó que los ruidos eran causados por Fray Anastasio que estaba todavía despierto para hacer Rosarios, siempre en competencia (santa competencia) con este hermano capuchino.

En un cierto momento, desde la ventana, llamó a Fray Anastasio y cuál fue su sorpresa cuando de la ventana no se asomó su compañero sino un enorme perro negro con los ojos de fuego. Fray Pío se quedó como piedra, y el horrible perro, con un salto formidable, desapareció. Fray Pío apenas pudo llegar a la cama casi desmayado. Al día siguiente supo que a su hermano Fray Anastasio lo habían cambiado de cuarto la noche anterior”.

Su batalla contra Satanás, el mundo y la carne las libró en modo eficaz a través de la recitación del Santo Rosario.








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